HOME, the most important place in the world.
Gómezdelacuesta.
0. El hogar y su infinita polisemia.
¿En qué momento una casa deja de ser una casa? ¿cuándo las paredes se desmoronan? ¿cuándo se convierte en un montón de escombros?[1]
Si algo caracteriza el devenir contemporáneo es su poderoso factor multiplicativo: todo tiende al infinito mientras cualquier idea va diversificando sus opciones hasta lo incontable, una complejidad de tal magnitud que muchas veces provoca que intentemos volver a lo básico, a lo general, para tratar de explicar las cosas en medio de la vorágine. Una búsqueda simplificadora que casi siempre se emprende con la intención de entender, de asimilar los conceptos de la manera más sencilla posible, evitando que esta variedad superlativa consiga desbordarnos. Hogares hay tantos como personas, es uno de aquellos términos que trasciende la actualidad expandiéndose a la misma velocidad con la que cualquiera de nosotros pierde el control –y la cuenta- de unas posibilidades cada vez más numerosas y potentes, poliédricas, heterogéneas y, para nuestro ofuscamiento total, absolutamente inabarcables. Y es que por suerte o por desgracia los flujos contemporáneos suelen ser sumativos, añadimos sobre lo que existe, lo mutamos y lo multiplicamos, lo complicamos, y en ocasiones, conseguimos simplificarlo, evolucionarlo e incluso mejorarlo.
El concepto de hogar es una muestra clara de esta deriva de los conceptos y de sus aplicaciones: desde las llamadas infraviviendas, las casas en precario, hasta las lujosas mansiones o los modernos apartamentos cada vez más inteligentes y que supuestamente nos hacen la vida más cómoda, pasando por formatos y usos tradicionales o por contenidos y continentes de una singularidad que los convierte en únicos; las maneras aumentan y las definiciones también. Así las habitaciones –y los habitantes que las colman de peculiaridades- desarrollan un polimorfismo tan espléndido que sirve de perfecta expresión, de ajustada descripción, de todas y cada una de las múltiples sociedades en las que los seres humanos convivimos. En esta nueva propuesta de ABA Art Contemporani y como manifestación de esa evidente realidad, pedimos a algunos creadores que nos hablen, que reflexionen, sobre un concepto tan cotidiano pero también tan elástico como es el de hogar, sobre como ha ido derivando y metamorfoseando el término, desde la casa primitiva hasta las infinitas variedades que se dan en la actualidad, desde la definición más homogénea y geográfica de hace unas generaciones, hasta las inabarcables combinaciones –tantas formas como diferentes individuos hay- de cada uno de los hogares actuales.
Para artistas y escritores suele ser una tarea algo más difícil la de razonar en público sobre conceptos tan generales que cualquiera de nosotros alberga una opinión, de los que tenemos múltiples experiencias basadas en la individual, intransferible y fantástica polisemia de estos espacios donde cada sujeto que los habita –y los define- los dota de un contenido distinto. Unas características diferenciadoras que vienen ponderadas, sobretodo en nuestro entorno primermundista, por una nueva manera de vivir, de ser influidos, incluso manipulados, de relacionarnos entre nosotros, de trabajar desde nuestra propia casa; unos desarrollos plenamente actuales que la increíble potencia de los medios tecnológicos, con Internet y las redes sociales a la cabeza, está generando. El hogar como lugar de vida, trabajo, residencia familiar, como amarga cárcel, como verdadero refugio. Como frontera con el resto del mundo, como ventana al mismo, como lugar de intercambio, de encuentro, como guarida. La casa como referente, como presencia, como idea y como realidad mezclada con la evocación de su ausencia. El concepto de hogar para el nómada con cierto recuerdo sedentario, la casa en singular, pero también, en los múltiples plurales que toman la forma de las sucesivas casas que dejamos atrás en nuestro camino vital y que siempre traen referencia -entre la memoria y la visión- de la casa que deseamos, de la que huimos, de la que tuvimos o de la que nos espera.
1. El cuerpo como primera morada y la búsqueda del hogar utópico.
Todo hogar es sentido como tal cuando ya es demasiado tarde: cuando ya se ha perdido. Hogar es el lugar de la infancia –de la falta de un lenguaje delimitador y clasificador: dominador- el lugar de los juegos, la prolongación cálida y anchurosa del claustro materno. Y es imposible –y si lo fuera, sería indeseable y decepcionante- volver a él. [2]
De aquella casa primigenia no recordamos nada, nueve meses allí y apenas nada, pero que no tengamos memoria no quiere decir que no nos influyera. Las rentas de ese primer cobijo, al amparo de una madre, nos acompañarán durante el resto de nuestras vidas, sirviendo de base para la expresión de lo que somos, siendo referente de la sensación de protección y bonanza a la que deseamos volver y constituyéndose como el objetivo que nos marcamos en los sucesivos hogares que trataremos de construir. El segundo estadio, tras una primera y traumática mudanza en forma de parto, es ir desarrollando el único espacio que permanecerá con nosotros toda la vida, al que retornaremos en la debacle y que, llegado el momento final, no sabremos restaurar: nuestro propio cuerpo se confirma como el último y esencial resguardo, lo que nos queda cuando todo falla, desde donde tenemos que iniciar la reconstrucción tras la destrucción sobrevenida y, también, con el que debemos disfrutar de todos los buenos momentos que nos vayan sucediendo. Una comparación metafórica entre cuerpo y hogar que emplearemos para sentar los cimientos de ese otro hogar, menos cárnico y más convencional, que transciende y cobija nuestra epidermis y todo lo que ésta comprende, sirviendo también, el propio cuerpo, para componer aquella definición básica, esencial y necesaria de casa, con la que quizás logremos entender, en medio de la confusión, lo que realmente andamos buscando.
Una búsqueda que puede partir de esa idea de que utopía no es un lugar inexistente, sino un sitio cierto en el que estuvimos y que no supimos –o no pudimos- aprovechar. El ser humano inicia su búsqueda del hogar utópico, de su propio y personal paraíso, de ese lugar deseado aunque no siempre alcanzado y que intentamos construir con mayor o menor fortuna en los sucesivos espacios que vamos habitando, en las sucesivas casas que nuestra deriva individual, familiar, sentimental, emocional, laboral, en definitiva, vital, nos hará frecuentar en un nomadismo que cada vez se hace más evidente. Dice Tomás Maldonado que La sagrada inviolabilidad del domicilio pretende resguardar nuestra pequeña maqueta del paraíso[3] y es en pos de ese paraíso el rumbo hacia el que debemos viajar, construyendo y cuidando, en la protección del hogar, a todas aquellas personas, todos aquellos elementos que, cuidadosamente seleccionados, van a componer esa felicidad a veces esquiva. Una maqueta del paraíso que nunca debería ser completa por que la perfección suele reñir con la propia felicidad, un edén en miniatura que permanecerá alojado en el seno de una casa que, aunque parezca lo contrario, cada vez resulta menos sagrada, menos inviolable, menos segura.
2. El búnker y la casa de cristal.
La casa es una metáfora de los sueños y la síntesis, por homotecia, del ADN social, en unos tiempos donde el exterior se cruza de inseguridad, las protecciones sociales se reducen y la solidaridad decrece, el hogar reaparece como el más codiciado resguardo. La diferencia, sin embargo, con la idea de ser una guarida es que su ámbito, a diferencia de otros tiempos en los que se comportó como la exclusiva isla del tesoro, se encuentra traspasado en la actualidad por todas las avenidas de la comunicación externa, agujereado por la informática y bien censado como unidad de consumo.[4]
La realidad es que esta conexión global que sufrimos tanto como gozamos, aún creando nuevos límites, ha hecho desaparecer otros que parecían difícilmente franqueables –físicos e incluso metafísicos- mientras nos va colmando de tantas opciones que conseguimos alcanzar el absurdo sin la más mínima dificultad. Es esta saturación uno de los motivos por el que el clásico antagonismo de nociones como dentro y fuera o, más específicamente, público y privado, se resienten a medida que cada término va multiplicando sus acepciones, dejando de ser simples contrarios para relacionarse de formas y maneras mucho más complejas. Las fronteras y las ideas que delimitaban todos estos términos, cuestiones que hasta hace relativamente poco parecían mantenerse meridianamente claras, han pasado a convertirse en conceptos cada vez más difusos, donde el voyeur, el exhibicionista, el antisocial, el familiar y el muy comunicativo, han encontrado un nuevo medio de satisfacer sus necesidades –y en ocasiones las de los que les rodean- en un entorno absolutamente ambiguo.
Así la casa, dependiendo de sus habitantes, sufre procesos de una flagrante materialidad y, en la mayoría de oportunidades, de una evidente contradicción. Desde la bunkerización hasta la absoluta transparencia, a veces el morador, a veces otros factores, eligen hacia cuál de estos dos polos se dirige el devenir del hogar. La bunkerización[5] implica un proceso por el que la casa se encierra en sí misma, hacia dentro, tratando de evitar cualquier contacto con el exterior inmediato, con lo que justo la rodea, y centrándose de manera cada vez más enfermiza en las formas de comunicación tecnológicas, cibernéticas, que guarda como un tesoro en su interior: no importa tanto lo próximo como el flujo de información, casi siempre atontador, homogenizador y sin apenas contenido, que emana de estos nuevos medios que nos absorben hasta la despersonalización más absoluta mientras nos abren una ventana a lo que creemos que es el mundo. La transparencia no es, en realidad, el fenómeno contrario. En un mundo donde lo íntimo, lo privado, cada vez lo es menos, nuestro afán exhibicionista, nuestro espíritu voyeur, fomenta esta desmaterialización de los pudores y de las paredes que debieran contener nuestra intimidad más absoluta. En ese lugar-hogar, en ocasiones lleno de fetiches personales, expresión de afectos y de fobias, en otras casa impersonal de quien parece no vivir en ella y en muchas mero lugar de paso, antes, feudo casi siempre vinculado a la privacidad, es donde se abre, como un escaparate, un nuevo concepto de relación y un nuevo camino de intercambio, enseñando de nosotros mismos lo que deseamos e, incluso, lo que no queremos.
3. De la apropiación de lo doméstico por parte del arte.
Lo doméstico ha dejado de ser esfera de exclusión, para configurarse como espacio común de la existencia singular, politizándose en idéntica medida. Así se instala en el centro de las experiencias más integradoras del arte y de la literatura, de tal modo que la pregunta por el arte, hoy en día, no puede formularse sin tener en cuenta que sus formas son indisociables de la vida. La incorporación de lo doméstico en su dominio es ahora tan común en las prácticas del arte que parece una obviedad replantear si es o no recurrente el empeño en hacerlo demostrable.[6]
Desde los inicios de la representación plástica, desde aquellas imágenes primitivas, pasando por escenas costumbristas, bodegones, interiores holandeses, apropiaciones pop de lo cotidiano o arte confesional, los creadores llevan, desde el inicio de la historia, alimentándose de lo próximo, de su vida, de su familia, de lo doméstico, para nutrir sus propuestas. Sin embargo es en esta contemporaneidad que nos ha tocado vivir el momento en que, quizás, el arte y el artista se apropian de manera más evidente del hogar, a veces en un afán posiblemente innecesario por contribuir a ese panoptismo exagerado, ese querer verlo y enseñarlo absolutamente todo, que caracteriza a nuestra sociedad, en otras con el ánimo de refugiarse en lo que realmente controlan con el objeto de consolidar el rigor, la fuerza, de su discurso creativo mientras fijan el ancla, ante la deriva y la confusión actual, en un punto conocido. Unos argumentos que nos sirven para ponernos a prueba, mediante el presente proyecto, y ver de una manera subjetiva, parcial, incompleta e imperfecta, algunos de los itinerarios del arte contemporáneo cuando la voluntad o el azar les obliga a frecuentar, a cruzar, su camino con el del hogar.
[1] Paul Auster, La invención de la soledad, Editorial Anagrama, Barcelona, 1994, p.41.
[2] Félix Duque, El mundo por dentro. Ontotecnología de la vida cotidiana, Editorial Serbal, Barcelona, 1995, P. 82-83.
[3] Tomás Maldonado, El futuro de la modernidad, Júcar, Madrid, 1990, p.113.
[4] Vicente Verdú, “Hacia otra casa”, texto recogido en el catálogo de la exposición La Casa su idea, Consejería de Educación y Cultura de la Comunidad de Madrid, Madrid, 1997, p.42-43.
[5] “La bunkerización es la consecuencia, entre otras cosas, de la televisión planetaria y de la reticulización cibernética” en Fernando Castro Flórez, “Strip-Tease Theory. Cosideraciones (deconstruccionistas) en torno a la obra de Dionisio González” recogido en el catálogo de la exposición Dionisio González. Del espacio amurado a la transparencia, Casal Solleric, Ajuntament de Palma, Palma de Mallorca, 2005, p. 96.
[6] Menene Gras Balaguer, “Escenarios domésticos o instrucciones para construir la soledad”, texto recogido en el catálogo de la exposición Escenarios domésticos, Diputación Foral de Guipúzcoa, Koldo Mitxelena Kulturunea, San Sebastián, 2000, p.7.
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